El estrés puede tener tanto efectos potenciadores como supresores en el sistema inmunológico, dependiendo de su duración. El estrés agudo o a corto plazo puede mejorar las respuestas inmunitarias innatas y adaptativas, preparando al organismo para enfrentar desafíos. Sin embargo, el estrés crónico o a largo plazo puede suprimir o desregular las respuestas inmunitarias, alterando el equilibrio de las citoquinas Tipo 1-Tipo 2, induciendo una inflamación crónica de bajo grado y suprimiendo el número, el tráfico y la función de las células inmunoprotectoras 12. Además, el estrés puede provocar la movilización de neutrófilos y monocitos a la circulación, los cuales pueden promover comportamientos depresivos y de ansiedad al infiltrarse en el espacio perivascular del cerebro y liberar citoquinas 3.